lunes, 24 de marzo de 2014

CABALLEROS MEDIEVALES


  

 
Cuando pensamos en los caballeros medievales inmediatamente se nos viene a la mente un caballero con su brillante armadura, que siempre sale vencedor en los torneos y que por supuesto cuando se quita el yelmo resulta que es guapísimo y siempre se casa con la princesa o la hija de algún conde o gran Señor y lo hace con tanto encanto y naturalidad que parece que llegar a conseguir el título de caballero fuera algo fácil y al alcance de cualquier apuesto mozo.
Pues no era así,salvo que nuestros caballeros son guapísimos con y sin yelmo. Conseguir el nombramiento de caballero era pasar por una larga carrera de aprendizaje que empezaba en la infancia. Para empezar y dadas las reglas sociales imperantes en aquel entonces, el futuro caballero debía de nacer en el seno de una familia noble y a partir de ahí tenía que recorrer muchos escalones hasta llegar a ser nombrado caballero.
 
Desde niño se empezaba a formar en el castillo familiar y sus primeras lecciones tenían que ver con su comportamiento, tenía que ser amable y cortés con las damas que le encargaban algunas tareas
  
 y por supuesto comenzaba a ejercitarse en el manejo de las armas y el arte ecuestre, aprender a cazar, el arte de la cetrería y la simulación de las justas a lomos de caballos de madera con ruedas y enfrentarse a los estafermos (monigotes giratorios con brazos).
 
Hacia los diez o doce años su padre le enviaba al castillo de un superior a él en categoría, en donde el alumno comenzaba un aprendizaje más duro recibiendo como primer título el de paje; entre sus obligaciones estaba la de entretener a las damas,  su cometido era recitarles poemas, interpretar música o jugar al ajedrez; también se encargaba de llevar y traer mensajes, de servir el vino a la hora de las comidas o cortar la carne para los ancianos que ya no tenían su dentadura en orden que eran la mayoría. Además de todo esto, tenía que seguir ejercitándose con las armas que para entonces ya eran reales y no de madera, participaba en las cacerías como asistente siempre al servicio de su señor al que tenía que ponerle la armadura así como ocuparse de sus caballos y de sus armas (lanzas, espadas, mazas, hachas y escudos).
Cuando alcanzaba la edad de poder participar en los torneos y si su aprendizaje marchaba según lo establecido, dejaba de ser paje para convertirse en escudero, lo que le permitía además de seguir atendiendo a su señor, luchar a su lado sirviéndole de promoción si el resultado era el esperado. La duración de esta nueva categoría no estaba estipulada, algunos tardaban años en promocionar y otros ascendían con rapidez dependiendo de su valía; claro que en tiempos de guerra los ascensos se hacían con mayor celeridad ya fuera antes de la batalla para que pudieran demostrar su coraje o terminada esta si se habían portado valientemente. El paso de escudero a caballero se hacía mediante una ceremonia que se conocía con el nombre de investidura.
  
Si se estaba en tiempos de guerra, esta ceremonia se reducía a la pronunciación de una fórmula ya establecida y a un toque de espada sobre el escudero, esta ceremonia podía ser oficiada por cualquier caballero, pero como todo en esta vida cuanto mas importante fuese ese caballero, mejor que mejor. En tiempos de paz, la ceremonia era mas complicada; según la categoría de la familia del aspirante, se hacían festejos mas o menos suntuosos con festines y justas a los que asistían todos los señores importantes de la zona. Fijaros si era importante este momento que una de las primeras cosas que hacía el aspirante a caballero era bañarse (cosa no habitual en aquellos tiempos en los que se solía decir que un hombre solo se bañaba tres veces en su vida: cuando nacía, cuando se casaba y cuando moría; bueno, el caballero por lo que se ve lo hacía una vez más). Después de asearse bien, tenía que velar las armas y rezar durante toda la noche, en esta ocasión solía ir vestido de blanco, símbolo de limpieza interna y externa. Al amanecer era cubierto por una capa roja que representaba la sangre que estaba dispuesto a derramar y se le daban unas medias de color marrón, por la tierra que debía de defender, un cinturón blanco, espuelas de oro y una espada de dos filos (uno por la justicia y otro por la lealtad). Y por fin llegaba el momento mas esperado, el espaldarazo, lo administraba el señor feudal recitando mas o menos estas palabras: “Recuerda al que te hizo caballero y te ha ordenado; despierta del malvado sueño y mantente alerta confiando en Cristo” el investido juraba lealtad, honrar y ayudar a las damas y asistir a misa diariamente siempre que le fuera posible. Entonces el señor feudal le daba con la espada en el hombro y así quedaba convertido en caballero.
  
Una vez investidos su trabajo principal era la guerra y desde luego, trabajo no les faltaba,
 
 y cuando no había guerra, se dedicaban a batirse en los torneos y las justas. Podemos aclarar aquí que las justas y los torneos no eran lo mismo. Los torneos en su origen (hacia el siglo XII), se parecían mucho a los combates reales, se libraban en lugares abiertos y llanos entre dos grupos de jinetes (los caballos, armas y arneses de los derrotados eran botín para los ganadores y los prisioneros debían de pagar rescate por su libertad). Con el paso del tiempo pasaron a organizarse junto a los castillos y se ofrecían premios a los contendientes, se reglamentaron perdiendo su agresividad y eran arbitrados por jueces, aunque seguían siendo choques entre dos pequeños ejércitos. Las justas surgidas en el siglo XIII ya no eran combates, sino duelos entre dos paladines, dos parejas o dos cuadrillas, montados a caballo y empuñando una lanza larga y pesada. La armadura de los caballeros oscilaba entre los 30 y los 50 kilos; si los combatientes caían del caballo, podía seguir la lucha a pie, con mazas o con espadas.
Esta profesión no era precisamente barata, cada caballero debía de disponer de por lo menos tres caballos: uno para la batalla, otro para el camino y otro para el equipaje. Y sus sirvientes no podían ser menos de cuatro: uno para cuidar los caballos, otro para el mantenimiento y limpieza de las armas, uno como ayudante personal para ponerle la armadura y subirle al caballo y levantarle del suelo si se caía durante la lucha y otro para custodiar a los prisioneros
   
Estos caballeros cubiertos de metal eran unas fortalezas móviles, montado a caballo era difícil matarle o herirle pero si tenía la desgracia de caer del caballo entonces era presa bastante fácil pues su pesada armadura le restaba movilidad y dejaba uno de sus puntos vulnerables a merced del enemigo, las axilas, buen sitio para entrar un puñal. Hasta el siglo XIV la estrategia en las batallas era la siguiente, la caballería pesada se lanzaba en tropel contra el enemigo empuñando sus lanzas firmemente sujetas bajo la axila derecha, apoyada en el ristre (una parte del peto); una vez rota la fila del enemigo, solían abandonar la lanza y luchaban con la espada o con la maza. Pero las técnicas avanzan y con la llegada de los arqueros, protegidos por la infantería, lograron derrotar a la caballería pesada.

5 comentarios:

  1. Lo han representado de forma fabulosa. No creo que se les olvide nunca más :) Están todos guapísimos. Me guardo alguno de los recursos que no tengo. Un besazo, Gracia.

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  2. Magnífica forma para aprender sobre la vida de estos caballeros, muy originales los disfraces.
    Saludos cordiales.

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  3. Como se lo han pasado los peques. Ataviados con armadura, escudos, coronas... con lo que les encanta disfrazarse. Un proyecto a su medida. Besos.

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  4. ¡Vaya realismo! :) Seguro que disfrutaron un montón disfrazándose y convirtiendose en caballeros. Un beso :)

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  5. ¡Qué regalo aprender de esa manera! Me encanta como adaptas los contenidos a los intereses de los peques, no hay nada que les guste más que disfrazarse. Lo de la investidura, para comérselos. Totalmente metidos en su papel :-) Felicidades por este gran proyecto y muchas gracias por compartirlo. Un beso grande.

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